domingo, 20 de enero de 2019

Roso de Luna



Mario Roso de Luna, fue un personaje muy polifacético, abogado y licenciado en Ciencias, astrónomo aficionado, periodista, escritor, y, por sus ideas no materialistas ni católicas, teósofo y masón. Nació en Logrosán (Cáceres) en 1872 y murió en 1931, a los 59 años de edad.
Fue un prolífico escritor de innumerables libros y artículos para revistas de todo tipo que, como Kant, quedó muy pronto encantado por la ley moral que estaba tan despierta dentro de su conciencia y, por las estrellas que le rodeaban y desde niño conocía como la palma de su mano. Antonio Zozaya, escribió en El Liberal de Madrid (11.6.1918) que "Roso de Luna gusta de olvidarse de las bajas miserias terrenas para elevar su espíritu y desvanecerlo en la sublime armonía de los astros". Querer armonizar lo individual con lo social en un mismo universo le hizo abrirse a una cosmovisión de una trascendencia más razonable y menos supersticiosa de la habitual en la España de oligarquía y caciquismo pintada por Joaquín Costa.

Familia

Su padre, José Roso y Bover, era ingeniero nacido en Vinaroz (Castellón) que llegó a Logrosán para trabajar en el ferrocarril y más tarde en las minas de fosforita que por entonces explotaba una sociedad formada por los herederos de Julián de Luna y Peña. Casado con Jacinta de Luna solo tuvieron un hijo, Mario, el cual, tras un noviazgo rápido y algo novelesco, contrajo matrimonio con Trinidad Román, natural de la población vecina de Miajadas. Tuvieron dos hijos, Sara e Ismael. Sara, sería la mejor discípula de su padre, siendo modelo de mujer culta y de noble corazón, en una época en las que las mujeres eran consideradas inferiores y totalmente sujetas al hombre, ya fuera padre o marido.

Formación

Fue su madre quien se encargó de inculcarle los principios básicos de la educación primaria. A partir de los catorce años estudiará por su cuenta en casa, y se presentaba por libre a los exámenes reglamentarios primero en Cáceres y después en Madrid. A los 17 años, sufrió una meningitis que le puso al borde de la muerte.
En 1890, con 18 años se matriculó en Derecho y cuatro años mas tarde concluyó la carrera con una tesis que hoy consideraríamos feminista. Como abogado fracasó, según él, por altruista, honesto e insobornable.
En 1898 viajó a París llamado por Toro y Gómez para colaborar en la realización del Diccionario Ilustrado de la Lengua Castellana. La Diputación de Cáceres, ante las cualidades tan destacadas del joven Roso, que ya tenía premios en Francia, le concedió una ayuda de estudios y en el año 1901 se licenciará en Ciencias Físicas.

Helena Petrovna Blavatsky

Entró en contacto con las doctrinas de la rusa Helena Petrovna Blavatsky, que había fallecido en 1891, hasta tal punto que llegará a confesar que se vio irremisiblemente arrastrado hacia la única persona que consideró maestra por enfrentarse al dogmatismo filosófico y al imperialismo político. “Conocí la Teosofía en abril de 1903 e inmediatamente la hice connatural con mi vida misma emprendiendo una labor intensa que si al exterior se encierra en los diversos artículos filosóficos publicados desde entonces, en el interior ha sido algo así como la revelación de que mi destino entero y mi éxito o mi fracaso se cifra por completo en ella”.
Antes de mudarse a Madrid, dedicaba horas enteras a prácticas científicas en el patio de su casa demostrando en ocasiones lo infundado de ciertas creencias populares supuestamente mágicas. Ello no impide que aprueba buscar respuesta a las preguntas metafísicas del ser humano en campos no empíricos, como puede ser la filosofía, el estudio comparado de las religiones o el arte. Esta es la causa principal, aparte de la erisipela que sufrió a su vuelta de América, de que el conocido periodista madrileño amigo suyo, Pedro de Répide, le denominara el Mago Rojo de Logrosán, acróstico de su nombre MRL.

Estancia en Madrid

En 1904, falleció su padre y Roso se trasladó a Madrid a primeros de enero del año siguiente. De su hogar extremeño, como él mismo dirá, sólo traía la ciencia, el arte, su alma y un puñado de tierra. Y esos fueron los cuatro puntos cardinales de su vida: emociones terrestres y amorosas, investigación científica para continuar el progreso, aunque para él sea cíclico, no lineal, y la imaginación y el arte, sobre todo la música, para responder o recrear las preguntas sin respuesta que nos siguen preocupando.
A partir de su llegada a Madrid, aparte del tiempo libre que le permitía su trabajo en la redacción de varios periódicos y revistas (El Globo, El Liberal, La Libertad, Nuevo Mundo, etc.), el extremeño va a dedicarse con auténtica pasión al estudio de bibliografía teosófica y a su difusión, logrando que cualquier periodista de entonces conociera este nuevo vocabulario que respetaba todas las religiones y pretendía extender la fraternidad ineludible de todos los seres humanos. Sus referencias en cualquier artículo son constantes y los tratados más específicos aparecían en cabeceras vinculadas con sociedades heterodoxas de este tenor, como Sophia, El Loto blanco, boletines diversos, etc. En todas las disciplinas encontraba aspectos inasequibles a la aplicación de métodos de las Ciencias o de las Humanidades. Cualquiera de las antologías de sus artículos da clara muestra de la facilidad con que se movía en temas de Arqueología, Física, Química, Historia, Sociología y, dentro del estudio de las religiones, como hiciera Mircea Eliade con más prudencia, la Filosofía y la Literatura. A la vez que profundizaba en estas áreas, entre la Biblioteca Nacional y la del Ateneo de Madrid, su espíritu se enriquecía con la pasión, la libertad y provecho de un autodidacta.

Viaje por Hispanoamérica

Debido a su preparación filosófica y científica, al ser el teósofo más conocido del ámbito iberoamericano, se le llamó desde Buenos Aires a dar un ciclo de conferencias, cosa que llevó a cabo entre 1909 y 1910. Se embarcó recordando el pasado conquistador de los extremeños, pero con la palabra como bandera, no con la espada y la cruz, dispuesto a una conquista espiritual más anónima y nada violenta de los habitantes del Nuevo Mundo. El efecto más constante de aquel periplo es el recuerdo que de él tienen aun en Sudamérica, los dos tomos de su obra “Conferencias Teosóficas en América del Sur”, que publicó al concluir su viaje, y las traducciones que se siguen haciendo de sus obras en Brasil. Este país, Argentina, Chile y Uruguay fueron los que se beneficiaron de su enorme erudición y su brillante oratoria, llenando teatros en sesiones abiertas al público y en otras, más especializadas, dedicadas solo a miembros inscritos en ramas o logias.

Teósofo y ateneísta

Es verdad que a Roso le gustaba definirse a sí mismo como "teósofo y ateneísta". La teosofía es la doctrina, común a varias religiones positivas, que trata del conocimiento de la naturaleza y de la divinidad, prescindiendo de la fe pura, porque se busca el apoyo aportado por la ciencia y la razón científico-técnica, que resulta incompleta sin la guía de supuestas edades o ciclos de 20 mil años y sin estar sometida a principios éticos que marcan el humanismo auténtico.
Con estas intenciones tradujo parcialmente al castellano y comentó diversas obras de Blavatsky y produjo una larga serie de libros propios, agrupados en colecciones que finalmente quedaron incompletas y con títulos que no tuvieron nunca texto cerrado. Su ejercicio diario de escritor poligráfico que pocas veces tuvo horario ni siquiera en la redacción de los periódicos, le permitía aplicar estas doctrinas heterodoxas a múltiples campos, como la musicología (Beethoven, teósofo, Wagner, mitólogo y ocultista), la sexología (Aberraciones psíquicas del sexo), Las mil y una noches (El velo de Isis), el totalitarismo (La Humanidad y los Césares), los mitos precolombinos (La ciencia hierática de los mayas) y el folclore español (los dedicados a Sevilla y Asturias).
El foro principal de sus debates y charlas era la tertulia de La Cacharrería del Ateneo de Madrid y como conferenciante, cuando ganaba alguna cátedra de esta institución para impartir algún curso. Fue miembro célebre porque los mismos periodistas recurrían a él para hablar de asuntos internos y porque fue miembro varias veces de su directiva y presidente de la sección de Ciencias y de la de Música. Muchas anécdotas le relacionan con personajes más conocidos ahora, como, por ejemplo, Unamuno, Valle Inclán, Carracido y Moret. Los conflictos entre grupos de socios y la censura política hicieron que, al cerrar un tiempo el Ateneo sus puertas, Roso acordara con otros teósofos abrir un nuevo espacio para el debate. Fue en 1930 y se mantuvo funcionando apenas cuatro años. En ese caldo de cultivo tan fértil, en 1928 fundó, junto a su amigo, el doctor Eduardo Alfonso, la Schola Philosophicae Initiationis y la conocida, por fotografiada, “Casa del Filósofo”. Durante los meses de su presidencia alcanzó un gran apogeo como club del librepensamiento. Era el Ateneo Teosófico, y allí tuvieron su espacio desde los médicos Eduardo Alfonso, Pittaluga y Juarrós, hasta la joven Hildegart, de triste recuerdo, Emilio Carrere y Arturo Barea.

Publicaciones

La bibliografía rosoluniana, abarca un total de 22 obras mayores pertenecientes a sus “Obras Completas”, cuatro libros aparte, y múltiples opúsculos (novelas cortas y conferencias) que junto a la gran cantidad de trabajos aparecidos en la prensa de la época ya como colaborador o redactor fijo, constituyen por su volumen y variedad un impresionante esfuerzo por conocer primero, y divulgar después, no sólo principios y valores de corte metafísico, marginados en gran parte por el hombre moderno, sino también los descubrimientos científicos y tecnológicos recientes a favor de la idea de auto-realización individual y de progreso social. Las obras de los años más productivos, de 1916 a 1926, las reunió bajo el nombre de “La Biblioteca de las Maravillas”. Casi toda sus títulos han tenido varias ediciones totales o parciales. El profesor y filósofo extremeño Esteban Cortijo, principal especialista desde que le dedicara su tesis doctoral en la Universidad Complutense, en 1991, de acuerdo con la editorial Delfos de Oviedo, ha iniciado en 2019 la publicación de “La Biblioteca Mario Roso de Luna” donde tendrán cabida sus obras completas, algunas de las cuales eran inéditas, no leídas aunque citadas, así como antologías de artículos y cartas.

Huella de Roso

En 1893, el día 5 de julio, avistó un cometa que le dio mucha fama por ser el primero que lo publicó en España, aunque dicho cometa, denominado C/1893 N1, fue descubierto antes por el norteamericano W. E. Sperra y por el astrónomo francés Ferdinand Quénisset ayudado por C. Rodame desde el Observatorio de Juvisy (Francia). Volverá a saltar su nombre a la prensa por anunciar con antelación a los profesionales la aparición de más astros. Según escribió, “la Astronomía y los cielos me dieron entonces lo que me negara la tierra: la dicha inenarrable de un descubrimiento científico”. Dentro de la masonería también dejó su impronta el extremeño debido a que defendía el apoliticismo de dicha institución y el 4 de diciembre de 1918, pocos días después del final de la primera guerra, participó en la mesa de conferenciantes en el acto del teatro Benavente, junto con Luis Simarro, que presidía, y los políticos masones Marcelino Domingo e Indalecio Prieto. Roso, siendo gran conocedor y devoto de la cultura alemana será de los escasos españoles que fue aliadófilo y así lo manifestaba en artículos, en entrevistas, y en el volumen “La humanidad y los césares”. El famoso periodista madrileño Waldo A. Insúa en una de sus reseñas, "El último libro de Roso de Luna", le llama "El Erasmo del siglo XX".

Frases lapidarias

Sus propuestas están muy lejos de cualquier suerte de doctrina con su jerarquía y sus administradores, sus sacerdotes y su feligresía, porque siempre mantuvo encendida la llama del librepensamiento ayudado por cierta sensibilidad al mundo de los sentimientos y del arte. "Jamás estamos, dice Roso en un artículo de 1921, absolutamente bueno ni completamente lúcidos" y, por eso, es preciso poner freno a quienes se consideren con cualquier clase de verdad absolutamente válida para todos. Este freno no es otro que el marcado por los derechos civiles orientados a las más altas cotas de libertad y de justicia”.
Generalmente, todo hombre que tiene una idea fija acaba convirtiéndose en extravagante para los demás. Lo mismo da que sea vegetariano, espiritista, teósofo, naturista…” Podemos pensar que fue fiel a un ideal de humanidad que confiaba estaría a la vuelta de la esquina. Se equivocó y, quizás por eso ahora, un siglo más tarde, estamos en el mismo ambiente y con similar tensión.
Una de sus cualidades fue la serenidad que tuvo ante la muerte. No quiso lágrimas ni luto. Las últimas palabras que pronunciara antes de morir fueron un verdadero mensaje de amor y entrega al que fue siempre su ideal. Ante la tristeza de su familia y amigos solo les decía: “Ningún hombre es indispensable. No me lloréis. De una sola manera honrareis mi memoria: ¡Continuad mi obra..! ¡Superadla!” No hay lugar para la soberbia, pues. Solo para la esperanza.

Reconocimientos honoríficos

1893: Caballero y Cruz de Isabel la Católica.
1895: Caballero y medalla de Carlos III (1895)
1896 Delegado especial de la Cruz Roja en la provincia de Cáceres.
Medalla de oro de la Academia de Inventores de Paris
1897: Miembro de la Societé Astronomique de France.
1897: Es nombrado Académico correspondiente de la Historia en Cáceres.
1897: Placa de honor de la Cruz Roja.
1905: Académico Correspondiente de la Societé d´Archeologie de Bruxelles
1910: Miembro honorario del Instituto Geográfico Argentino.
1927: Miembro honorario del Instituto de Psicología Experimental de Rio de Janeiro.
En la actualidad podemos añadir que llevan su nombre:
El instituto y una de las calles principales de su pueblo natal, Logrosán.
Un colegio preuniversitario dependiente de las Facultades Asociadas de Sao Paulo (FASP) (Brasil)
Una plaza pública en Sao Lourenço de Minas Gerais (Brasil)
Calle en otras localidades extremeñas: Cáceres, Mérida, Badajoz, Miajadas, Santa Cruz.
Residencia universitaria anexa a la Facultad de Empresariales y Turismo en Cáceres.
El Ayuntamiento de Madrid dos meses después de morir, dio su nombre a la calle en la que pasó sus últimos años, pero con la llegada del régimen franquista, se volvió a la anterior denominación, que aun conserva (Calle del Buen Suceso). Años más tarde se puso su nombre a una calle de un polígono industrial situado entre Coslada y San Fernando de Henares.


Autor: Feliciano Robles  Con aportaciones relevantes de Esteban Cortijo Parralejo 
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