Mario
Roso de Luna, fue un personaje muy polifacético, abogado y
licenciado en Ciencias, astrónomo aficionado, periodista, escritor,
y, por sus ideas no materialistas ni católicas, teósofo y masón.
Nació en Logrosán (Cáceres) en 1872 y murió en 1931, a los 59
años de edad.
Fue
un prolífico escritor de innumerables libros y artículos para
revistas de todo tipo que, como Kant, quedó muy pronto encantado por
la ley moral que estaba tan despierta dentro de su conciencia y, por
las estrellas que le rodeaban y desde niño conocía como la palma de
su mano. Antonio Zozaya, escribió en El Liberal de Madrid
(11.6.1918) que "Roso de Luna gusta de olvidarse de las bajas
miserias terrenas para elevar su espíritu y desvanecerlo en la
sublime armonía de los astros". Querer armonizar lo individual
con lo social en un mismo universo le hizo abrirse a una cosmovisión
de una trascendencia más razonable y menos supersticiosa de la
habitual en la España de oligarquía y caciquismo pintada por
Joaquín Costa.
Familia
Su
padre, José Roso y Bover, era ingeniero nacido en Vinaroz
(Castellón) que llegó a Logrosán para trabajar en el ferrocarril y
más tarde en las minas de fosforita que por entonces explotaba una
sociedad formada por los herederos de Julián de Luna y Peña. Casado
con Jacinta de Luna solo tuvieron un hijo, Mario, el cual, tras un
noviazgo rápido y algo novelesco, contrajo matrimonio con Trinidad
Román, natural de la población vecina de Miajadas. Tuvieron dos
hijos, Sara e Ismael. Sara, sería la mejor discípula de su padre,
siendo modelo de mujer culta y de noble corazón, en una época en
las que las mujeres eran consideradas inferiores y totalmente sujetas
al hombre, ya fuera padre o marido.
Formación
Fue
su madre quien se encargó de inculcarle los principios básicos de
la educación primaria. A partir de los catorce años estudiará por
su cuenta en casa, y se presentaba por libre a los exámenes
reglamentarios primero en Cáceres y después en Madrid. A los 17
años, sufrió una meningitis que le puso al borde de la muerte.
En
1890, con 18 años se matriculó en Derecho y cuatro años mas tarde
concluyó la carrera con una tesis que hoy consideraríamos
feminista. Como abogado fracasó, según él, por altruista, honesto
e insobornable.
En
1898 viajó a París llamado por Toro y Gómez para colaborar en la
realización del Diccionario Ilustrado de la Lengua Castellana. La
Diputación de Cáceres, ante las cualidades tan destacadas del joven
Roso, que ya tenía premios en Francia, le concedió una ayuda de
estudios y en el año 1901 se licenciará en Ciencias Físicas.
Helena
Petrovna Blavatsky
Entró
en contacto con las doctrinas de la rusa Helena Petrovna Blavatsky,
que había fallecido en 1891, hasta tal punto que llegará a confesar
que se vio irremisiblemente arrastrado hacia la única persona que
consideró maestra por enfrentarse al dogmatismo filosófico y al
imperialismo político. “Conocí la Teosofía en abril de 1903 e
inmediatamente la hice connatural con mi vida misma emprendiendo una
labor intensa que si al exterior se encierra en los diversos
artículos filosóficos publicados desde entonces, en el interior ha
sido algo así como la revelación de que mi destino entero y mi
éxito o mi fracaso se cifra por completo en ella”.
Antes
de mudarse a Madrid, dedicaba horas enteras a prácticas científicas
en el patio de su casa demostrando en ocasiones lo infundado de
ciertas creencias populares supuestamente mágicas. Ello no impide
que aprueba buscar respuesta a las preguntas metafísicas del ser
humano en campos no empíricos, como puede ser la filosofía, el
estudio comparado de las religiones o el arte. Esta es la causa
principal, aparte de la erisipela que sufrió a su vuelta de América,
de que el conocido periodista madrileño amigo suyo, Pedro de Répide,
le denominara el Mago Rojo de Logrosán, acróstico de su nombre MRL.
Estancia
en Madrid
En
1904, falleció su padre y Roso se trasladó a Madrid a primeros de
enero del año siguiente. De su hogar extremeño, como él mismo
dirá, sólo traía la ciencia, el arte, su alma y un puñado de
tierra. Y esos fueron los cuatro puntos cardinales de su vida:
emociones terrestres y amorosas, investigación científica para
continuar el progreso, aunque para él sea cíclico, no lineal, y la
imaginación y el arte, sobre todo la música, para responder o
recrear las preguntas sin respuesta que nos siguen preocupando.
A
partir de su llegada a Madrid, aparte del tiempo libre que le
permitía su trabajo en la redacción de varios periódicos y
revistas (El Globo, El Liberal, La Libertad, Nuevo Mundo, etc.), el
extremeño va a dedicarse con auténtica pasión al estudio de
bibliografía teosófica y a su difusión, logrando que cualquier
periodista de entonces conociera este nuevo vocabulario que respetaba
todas las religiones y pretendía extender la fraternidad ineludible
de todos los seres humanos. Sus referencias en cualquier artículo
son constantes y los tratados más específicos aparecían en
cabeceras vinculadas con sociedades heterodoxas de este tenor, como
Sophia, El Loto blanco, boletines diversos, etc. En todas las
disciplinas encontraba aspectos inasequibles a la aplicación de
métodos de las Ciencias o de las Humanidades. Cualquiera de las
antologías de sus artículos da clara muestra de la facilidad con
que se movía en temas de Arqueología, Física, Química, Historia,
Sociología y, dentro del estudio de las religiones, como hiciera
Mircea Eliade con más prudencia, la Filosofía y la Literatura. A la
vez que profundizaba en estas áreas, entre la Biblioteca Nacional y
la del Ateneo de Madrid, su espíritu se enriquecía con la pasión,
la libertad y provecho de un autodidacta.
Viaje
por Hispanoamérica
Debido
a su preparación filosófica y científica, al ser el teósofo más
conocido del ámbito iberoamericano, se le llamó desde Buenos Aires
a dar un ciclo de conferencias, cosa que llevó a cabo entre 1909 y
1910. Se embarcó recordando el pasado conquistador de los
extremeños, pero con la palabra como bandera, no con la espada y la
cruz, dispuesto a una conquista espiritual más anónima y nada
violenta de los habitantes del Nuevo Mundo. El efecto más constante
de aquel periplo es el recuerdo que de él tienen aun en Sudamérica,
los dos tomos de su obra “Conferencias Teosóficas en América del
Sur”, que publicó al concluir su viaje, y las traducciones que se
siguen haciendo de sus obras en Brasil. Este país, Argentina, Chile
y Uruguay fueron los que se beneficiaron de su enorme erudición y su
brillante oratoria, llenando teatros en sesiones abiertas al público
y en otras, más especializadas, dedicadas solo a miembros inscritos
en ramas o logias.
Teósofo
y ateneísta
Es
verdad que a Roso le gustaba definirse a sí mismo como "teósofo
y ateneísta". La teosofía es la doctrina, común a varias
religiones positivas, que trata del conocimiento de la naturaleza y
de la divinidad, prescindiendo de la fe pura, porque se busca el
apoyo aportado por la ciencia y la razón científico-técnica, que
resulta incompleta sin la guía de supuestas edades o ciclos de 20
mil años y sin estar sometida a principios éticos que marcan el
humanismo auténtico.
Con
estas intenciones tradujo parcialmente al castellano y comentó
diversas obras de Blavatsky y produjo una larga serie de libros
propios, agrupados en colecciones que finalmente quedaron incompletas
y con títulos que no tuvieron nunca texto cerrado. Su ejercicio
diario de escritor poligráfico que pocas veces tuvo horario ni
siquiera en la redacción de los periódicos, le permitía aplicar
estas doctrinas heterodoxas a múltiples campos, como la musicología
(Beethoven, teósofo, Wagner, mitólogo y ocultista), la sexología
(Aberraciones psíquicas del sexo), Las mil y una noches (El velo de
Isis), el totalitarismo (La Humanidad y los Césares), los mitos
precolombinos (La ciencia hierática de los mayas) y el folclore
español (los dedicados a Sevilla y Asturias).
El
foro principal de sus debates y charlas era la tertulia de La
Cacharrería del Ateneo de Madrid y como conferenciante, cuando
ganaba alguna cátedra de esta institución para impartir algún
curso. Fue miembro célebre porque los mismos periodistas recurrían
a él para hablar de asuntos internos y porque fue miembro varias
veces de su directiva y presidente de la sección de Ciencias y de la
de Música. Muchas anécdotas le relacionan con personajes más
conocidos ahora, como, por ejemplo, Unamuno, Valle Inclán, Carracido
y Moret. Los conflictos entre grupos de socios y la censura política
hicieron que, al cerrar un tiempo el Ateneo sus puertas, Roso
acordara con otros teósofos abrir un nuevo espacio para el debate.
Fue en 1930 y se mantuvo funcionando apenas cuatro años. En ese
caldo de cultivo tan fértil, en 1928 fundó, junto a su amigo, el
doctor Eduardo Alfonso, la Schola Philosophicae Initiationis y la
conocida, por fotografiada, “Casa del Filósofo”. Durante los
meses de su presidencia alcanzó un gran apogeo como club del
librepensamiento. Era el Ateneo Teosófico, y allí tuvieron su
espacio desde los médicos Eduardo Alfonso, Pittaluga y Juarrós,
hasta la joven Hildegart, de triste recuerdo, Emilio Carrere y Arturo
Barea.
Publicaciones
La
bibliografía rosoluniana, abarca un total de 22 obras mayores
pertenecientes a sus “Obras Completas”, cuatro libros
aparte, y múltiples opúsculos (novelas cortas y conferencias) que
junto a la gran cantidad de trabajos aparecidos en la prensa de la
época ya como colaborador o redactor fijo, constituyen por su
volumen y variedad un impresionante esfuerzo por conocer primero, y
divulgar después, no sólo principios y valores de corte metafísico,
marginados en gran parte por el hombre moderno, sino también los
descubrimientos científicos y tecnológicos recientes a favor de la
idea de auto-realización individual y de progreso social. Las obras
de los años más productivos, de 1916 a 1926, las reunió bajo el
nombre de “La Biblioteca de las Maravillas”. Casi toda sus
títulos han tenido varias ediciones totales o parciales. El profesor
y filósofo extremeño Esteban Cortijo, principal especialista desde
que le dedicara su tesis doctoral en la Universidad Complutense, en
1991, de acuerdo con la editorial Delfos de Oviedo, ha iniciado en
2019 la publicación de “La Biblioteca Mario Roso de Luna” donde
tendrán cabida sus obras completas, algunas de las cuales eran
inéditas, no leídas aunque citadas, así como antologías de
artículos y cartas.
Huella
de Roso
En
1893, el día 5 de julio, avistó un cometa que le dio mucha fama por
ser el primero que lo publicó en España, aunque dicho cometa,
denominado C/1893 N1, fue descubierto antes por el norteamericano W.
E. Sperra y por el astrónomo francés Ferdinand Quénisset
ayudado por C. Rodame desde el Observatorio de Juvisy (Francia).
Volverá a saltar su nombre a la prensa por anunciar con antelación
a los profesionales la aparición de más astros. Según escribió,
“la Astronomía y los cielos me dieron entonces lo que me negara la
tierra: la dicha inenarrable de un descubrimiento científico”.
Dentro de la masonería también dejó su impronta el extremeño
debido a que defendía el apoliticismo de dicha institución y el 4
de diciembre de 1918, pocos días después del final de la primera
guerra, participó en la mesa de conferenciantes en el acto del
teatro Benavente, junto con Luis Simarro, que presidía, y los
políticos masones Marcelino Domingo e Indalecio Prieto. Roso, siendo
gran conocedor y devoto de la cultura alemana será de los escasos
españoles que fue aliadófilo y así lo manifestaba en artículos,
en entrevistas, y en el volumen “La humanidad y los césares”. El
famoso periodista madrileño Waldo A. Insúa en una de sus reseñas,
"El último libro de Roso de Luna", le llama "El
Erasmo del siglo XX".
Frases
lapidarias
Sus
propuestas están muy lejos de cualquier suerte de doctrina con su
jerarquía y sus administradores, sus sacerdotes y su feligresía,
porque siempre mantuvo encendida la llama del librepensamiento
ayudado por cierta sensibilidad al mundo de los sentimientos y del
arte. "Jamás estamos, dice Roso en un artículo de 1921,
absolutamente bueno ni completamente lúcidos" y, por eso, es
preciso poner freno a quienes se consideren con cualquier clase de
verdad absolutamente válida para todos. Este freno no es otro que el
marcado por los derechos civiles orientados a las más altas cotas de
libertad y de justicia”.
“Generalmente,
todo hombre que tiene una idea fija acaba convirtiéndose en
extravagante para los demás. Lo mismo da que sea vegetariano,
espiritista, teósofo, naturista…” Podemos pensar que fue fiel a
un ideal de humanidad que confiaba estaría a la vuelta de la
esquina. Se equivocó y, quizás por eso ahora, un siglo más tarde,
estamos en el mismo ambiente y con similar tensión.
Una
de sus cualidades fue la serenidad que tuvo ante la muerte. No quiso
lágrimas ni luto. Las últimas palabras que pronunciara antes de
morir fueron un verdadero mensaje de amor y entrega al que fue
siempre su ideal. Ante la tristeza de su familia y amigos solo les
decía: “Ningún hombre es indispensable. No me lloréis. De una
sola manera honrareis mi memoria: ¡Continuad mi obra..! ¡Superadla!”
No hay lugar para la soberbia, pues. Solo para la esperanza.
Reconocimientos
honoríficos
1893:
Caballero y Cruz de Isabel la Católica.
1895:
Caballero y medalla de Carlos III (1895)
1896
Delegado especial de la Cruz Roja en la provincia de Cáceres.
Medalla
de oro de la Academia de Inventores de Paris
1897:
Miembro de la Societé Astronomique de France.
1897:
Es nombrado Académico correspondiente de la Historia en Cáceres.
1897:
Placa de honor de la Cruz Roja.
1905:
Académico Correspondiente de la Societé d´Archeologie de Bruxelles
1910:
Miembro honorario del Instituto Geográfico Argentino.
1927:
Miembro honorario del Instituto de Psicología Experimental de Rio de
Janeiro.
En
la actualidad podemos añadir que llevan su nombre:
El
instituto y una de las calles principales de su pueblo natal,
Logrosán.
Un
colegio preuniversitario dependiente de las Facultades Asociadas de
Sao Paulo (FASP) (Brasil)
Una
plaza pública en Sao Lourenço de Minas Gerais (Brasil)
Calle
en otras localidades extremeñas: Cáceres, Mérida, Badajoz,
Miajadas, Santa Cruz.
Residencia
universitaria anexa a la Facultad de Empresariales y Turismo en
Cáceres.
El
Ayuntamiento de Madrid dos meses después de morir, dio su nombre a
la calle en la que pasó sus últimos años, pero con la llegada del
régimen franquista, se volvió a la anterior denominación, que aun
conserva (Calle del Buen Suceso). Años más tarde se puso su nombre
a una calle de un polígono industrial situado entre Coslada y San
Fernando de Henares.
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